
No se guarde las preocupaciones
Por Norman Vincent Peale
El valor de la consejería cristiana. La liberación interior es una necesidad que enfrenta todo ser humano. Debemos aliviar al corazón.
En un puesto de revistas de la estación de ferrocarril, me llamó la atención una extensa muestra de revistas y libros que trataban los temas de la problemática del diario vivir.
– Observo que tiene una gran cantidad de literatura de este tipo para la venta –le comenté a la joven que vendía los diarios.
– Sí –me dijo en su forma particular de hablar– y le digo que esas cosas se venden... seguro.– ¿Más que los libros de misterios policiales o revistas de cine? –le pregunté.
– Sí, más que todo eso, y hasta le ganaron a las historias de amor. Créame –dijo– esta literatura de autoayuda o autosuperación es lo que me ayuda a pagar los impuestos de este negocio.
– ¿Cuál será la razón? –le pregunté.
– La respuesta es fácil –contestó–. Estos pobres (se refería a los clientes) están todos enredados. Hay tantas cosas de las que quisieran alejarse, en especial de ellos mismos, supongo. –Hizo una pausa y continuó–: me parece que buscan a alguien que los libere de todos sus problemas.
Uno aprende a no sorprenderse ante la sabiduría que viene de fuentes inesperadas. Una joven vendedora observadora, que diariamente sirve al público, puede desarrollar agudeza acerca de las características de la naturaleza humana y de las necesidades de los seres humanos.
Mientras me alejaba, sus palabras sabias sonaba en mis oídos: “Estos pobres están todos enredados. Buscan a alguien que los libere de todos sus problemas”.
Por supuesto, es un pedido muy grande, pero alguien tiene que cumplir esta función de liberar a las personas de esta era moderna. Para hacer frente a la situación, una profesión completamente nueva se ha desarrollado: la consejería personal. No es nueva en un sentido estricto, porque siempre han existido hombres que han tratado con los problemas personales. Sin embargo, solamente en años recientes se ha transformado en un emprendimiento especializado. Los seres humanos últimamente parecen haber desarrollado una tensión mayor, gran nerviosismo, temores más profundos, ansiedades más arraigadas y neurosis más severas y complejas. Es una de las características marcadas de nuestro tiempo.
Dado que se requería un antídoto, se produjo el desarrollo del servicio de consejería personal. Durante mucho tiempo fue ejercido por psiquiatras, psicólogos, hombres del clero, trabajadores sociales y, por supuesto, médicos.
Debemos tener en mente que los beneficiarios de esta nueva profesión no son personas con una vida mental distorsionada o enfermos. La función básica de la profesión es lograr mantener a las personas normales en ese estado. La consejería es básicamente preventiva antes que curativa, pero también es curativa. Trata con los temores comunes, ansiedades, reacciones de odio y culpa de la gente común.
El hombre moderno está comenzando a darse cuenta que básicamente es en sus pensamientos donde se determinan su felicidad y eficiencia; está aprendiendo que la condición de su salud emocional indicará si tendrá o no paz, serenidad y fortaleza. Y la salud mental, emocional y espiritual es esencial para tener éxito en la vida.
Los expertos en eficiencia personal saben que para ser exitoso en los negocios, o cualquier tipo de trabajo, es necesario tener una personalidad bien integrada, bien organizada. Los hombres no solamente fracasan por pereza o falta de capacidad, sino que hay causas más profundas de fracaso en las actitudes mentales y las reacciones emocionales. En la mayoría de las instancias la persona promedio no entiende estas reacciones y la influencia fundamental que ejercen sobre todas sus acciones. El consejero entrenado ayuda a la persona a conocerse, a entender por qué hace lo que hace. Le enseña a analizar sus motivos, objetivos y reacciones. Si es una buena práctica ir periódicamente a su dentista y a su médico, de igual manera es sabio ir a su consejero espiritual para hacerse controles regulares.
Cuando comienza a sentirse afligido y su personalidad parece desorganizada, vaya a su consejero y dígale con franqueza qué lo preocupa. Tal vez él pueda aliviarlo de estos factores desafortunados que lo hacen formar parte del vasto número de personas a los que la joven vendedora catalogó como “estos pobres que están todos enredados”.
A través de un ejemplo puedo explicar de manera simple, entendible, la actitud científica que subyace en la consejería religiosa.
Un hombre que era víctima de los nervios, vino a una entrevista. Su mente estaba en tal estado de pánico que ya no podía hacer su trabajo. Ocupaba un importante puesto, pero había perdido completamente el control. No tuvo un colapso nervioso, pero se deslizaba rápidamente hacia él. Su doctor le dijo con franqueza que ya no tenía otra medicina para darle, más que los sedantes. Le recomendó que viera a un psiquiatra, pero mientras el paciente se retiraba, el doctor después de volver a pensarlo dijo:
– Tal vez tendría que ver a un ministro, a un pastor.
Al médico se le cruzó el pensamiento de que tal vez el problema de este hombre entraba en la esfera de práctica del ministro o pastor.
– En cierto sentido –dijo el médico– los ministros también son doctores. Digamos que son médicos del alma, y con frecuencia son las dificultades del alma la que nos enferman en mente y espíritu, y algunas veces hasta en el cuerpo.
El paciente vino a verme. No era miembro de mi iglesia, ni tampoco lo había visto antes. Por lo tanto no sabía absolutamente nada de él. Luego de una breve conversación, estaba a la vista que tenía que hacer una confesión, y lo alenté a que la hiciera. Una vez que había volcado todos sus pensamientos y tenía bastantes cosas en su mente para enfermarlo, le pregunté:
– ¿Por qué no fue a ver a su pastor por esto?
– Oh –dijo, con una expresión de sorpresa– lo conozco demasiado bien.
– ¿Qué significa que lo conoce demasiado bien –le pregunté.
– Bueno –dijo–, él es mi amigo íntimo. Nuestras familias cenan juntas con bastante frecuencia. Sus hijos conocen a los míos y –agregó débilmente– es mi pastor. Estaría sorprendido de escuchar estas cosas.
– ¿Siempre trata de quedar bien con su pastor, es eso?
– Bueno, es así –contestó–. Eso es lo que todo el mundo hace con su pastor. Simplemente uno no quiere que el ministro sepa nada malo.
– No eres muy amigo de tu doctor, me parece.
– Sí, por supuesto, el doctor es tan buen amigo como el pastor.
– ¿Lo ha operado alguna vez? –le pregunté.
– Sí, claro, dos veces.
– Entonces su doctor lo conoce por dentro y por fuera. No hay nada sobre usted que esté escondido, ¿es así? Pero cuando van a cenar no se avergüenza delante de él ¿verdad? No se le ocurriría pensar que mientras está sentado del otro lado de la mesa lo mire y puede decir risueñamente: “Ah, yo le vi la parte interna a ese hombre y sé exactamente cómo es”. Por supuesto, el doctor no tiene tiempo para recordar constantemente cómo es su interior. Se trata de un asunto profesional para él. Lo ve como paciente, y en esas entrevistas es específicamente el científico, aunque, por supuesto, tenga interés personal por usted. Pero cuando se encuentran socialmente, solamente lo ve como un amigo y no como un paciente. Tiene el derecho, en esos momentos de intercambio social y amistoso, a ser relevado de sus tareas profesionales, las cuales requieren que él piense en las dolencias y sus partes internas.
– Por lo tanto –continué–, tenga por seguro que el pastor cuando va a cenar con usted y se sienta del otro lado de la mesa no dirá: “¡Ah! Recuerdo lo que me dijo. Sé algo que hizo. Sé todo sobre su parte moral y espiritual interna”. Lo mismo que sucede con el médico sucede con el pastor. Él también quiere disfrutar de relaciones amistosas cuando socializa. Sé por mi propia experiencia que hay gente que ha venido hace seis meses o un año para su primera entrevista, y no puedo, por más que me esfuerce, recordar un solo detalle de su historia.
Vea a un consejero capacitado para ayudarlo. Vaya a ver a su pastor como iría a ver a su doctor. Soy consciente de que este consejo va en contra de un común pero falso heroísmo. Las personas dicen: “Siempre me guardo los problemas para mí mismo”. Habitualmente se dice esto asumiendo que esa actitud es recomendable. Quedarse con la boca cerrada ante los problemas, con frecuencia es considerada una actitud de gran entereza y fuerza.
Bajo ciertas circunstancias es recomendable y hasta en otras es heroico y aún inspirador. Todos hemos conocido personas que han vivido sufriendo el dolor durante años, y que lo han hecho con un espíritu glorioso, sin dejar jamás que les dejara huellas en sus rostros. No han afligido a sus seres amados y amigos haciendo referencia constante a su sufrimiento.
Por otro lado, algunas personas parecen llegar a ser grandes quejosos y lamentadores. Son víctimas de la autocompasión, y piensan permanentemente en sí mismos. No se guardan los problemas para sí, y deberían aprender a hacerlo.
Por otro lado, las personas no quieren ser depositarios de los problemas ajenos. Ella Wheeler Wilcox dijo acertadamente:
– Ríe, y el mundo reirá contigo; llora, y llorarás solo.
Pero la política de guardar sus problemas puede ser peligrosa. Existe un sentir de que la personalidad humana debe ser aliviada de sus cargas. Una persona no puede embotellar para siempre dentro suyo la culpa, los problemas y la adversidad que lo han afectado.
La liberación interior es una necesidad que enfrenta todo ser humano. Debemos aliviar al corazón. Es una política peligrosa llevar cosas solos, demasiado tiempo… se volverán hacia su interior. No se guarde los problemas. Haga que alguien que sepa el arte y esté capacitado en consejería, los ordene. Las personas que siguen este procedimiento y consultan a su pastor, rabino, sacerdote, psiquiatra o psicólogo, u otro consejero bien calificado, o aún algún amigo sabio y entendido, obtienen profundos beneficios. Con frecuencia reciben el alivio completo de sus dificultades.
El único método exitoso y permanente es suplantar los pensamientos destructivos por buenos, y pensamientos enfermos por sanos. Para lograr esto el consejero emplea técnicas específicas.
Tomado del libro: Cambie sus pensamientos y cambiará todo Editorial Peniel